11 de septiembre de 2012

Septiembre de 2012...

Recién hoy, a mis 26 años, me di cuenta que Septiembre es el mes de la escuela: en él está el día del maestro, del bibliotecario, del preceptor, del director, del profesor, del estudiante… Por eso hoy quisiera saludar a todos aquellos que han elegido la escuela como su vocación y modo de vida, a los  que se juegan por un futuro mejor y aportan un granito de arena para que el mundo y la sociedad en que vivimos sean mejores cada día.

Muchas veces juego con mi mente y trato de definir las cosas que me rodean para poder clasificarlas y comprenderlas mejor aún, pero hoy me encontré con un problema al internar definir al "maestro". ¿Cómo hacerlo? ¿Por género próximo y diferencia específica? ¿A través del método hipotético deductivo? ¿Por lo que es? ¿Por lo que no es? En esta difícil búsqueda tuve que recurrir a complejos textos que había leído en la Universidad hace un tiempo, sólo para intentar encontrar una aparente "simple" respuesta. Nada parecía llegar a buen puerto hasta que pensé al educador como un cuento: un cuento con metáforas y magia que despierta la imaginación de los alumnos, que deja moralejas para que ellos las conviertan en virtudes el día de mañana. Pensé al docente como una guía en un proceso de crecimiento, en un proceso de búsqueda de resultados. Lo pensé como un acompañante en un camino, como palabras de aliento cuando uno se equivoca, como la energía positiva frente al fracaso, o unas palabras de ánimo para volver a ponernos de pié y seguir intentándolo una vez más. En fin, sólo al pensar en qué nos produce estar delante de un maestro fue cuando pude comprender realmente qué son. No importa poner límites claros entre qué es y qué no es ser docente. No importa encontrar la excepción a la regla para que nuestro inductivismo se cumpla. No importa el género, el país, los casos particulares y excepcionales. Lo único que importa para definirlos es lo que nos produce cuando estamos con ellos... 

Luego de esta reflexión que quise compartir con todos ustedes, me doy cuenta que era más simple de lo que parecía. Si hago memoria, en todos los casos, siempre que estuve delante de un educador sentí amor y pasión. 

Fui alumno y docente en el Centro Cultural Haedo, y jamás conocí a alguien que dentro de esas paredes haya hecho algo sin amor y sin pasión. A nadie. Incluso a los mismos alumnos, desde el primero hasta el último de la fila. Todos se rigen por los mismos valores.

A todos los maestros en su día, mis saludos más sinceros y cordiales. Agradecido estoy por su infinita paciencia, amabilidad, amor y pasión brindado. Gracias.

Diego Hernán Costa.